Ilíada X: La escritura de la noche

Einar Goyo Ponte


La noche con la que concluye Ilíada, IX continúa en la décima rapsodia casi hasta lo inverosímil. Tan larga es que a Agamenón se le pierde el sueño y revuelve tormentosos pensamientos por su pecho y corazón. La luz de las hogueras troyanas lo desvela, y un bullicio le impide conciliar sosiego.
La noche vuelta terror también invade el ánimo de su hermano Menelao, quien ha escogido vagar por el campamento. Allí, en la oscuridad, se topan los Atridas. Héctor se les ha convertido en pesadilla y buscan consejo que mitigue la angustia.
Como emisarios nocturnos van de tienda en tienda a disipar el sueño a sus compañeros, para celebrar asamblea, ahora con el anciano Néstor, como tercer, persistente, inquieto e incansable, insomne.
No soy el primero en percibir lo extrañamente incoherente que resulta esta reunión de guerreros, si el canto anterior ha concluido con el final de otra, en la cual se le ha comunicado al Rey la negativa de Aquiles de volver al combate y salvarlos de Héctor. En ella misma se hubiera podido tratar el asunto de los espías en campo enemigo que se decide en esta, en medio del insomnio de Agamenón. Leo en Alberto Manguel (2010)que Aristarco, uno de los primeros exégetas de Homero “sugirió que ciertos pasajes de los poemas constituían adiciones posteriores, entre ellos el relato de la expedición nocturna durante la cual es capturado el espía troyano Dolón en el Canto X de la Ilíada.” Y un gran número de investigadores contemporáneos no ha hecho más que concordar con él.
Por lo tanto la noche invade también el texto narrativo, confundiendo coordenadas y lógicas enunciativas. Sin embargo, salvo ese inadvertido gazapo de la asamblea de héroes convocada innecesariamente dos veces, el Canto X resulta uno de los más interesantes, modernos y excepcionales. El heroísmo frontal y solar se eclipsa temporalmente y vemos a los protagonistas hurgando en la noche por las debilidades del otro, encontrando en su lugar la faz menos agradable y ejemplar de sí mismos.
Diomedes y Odiseo prácticamente no vacilan en ofrecerse como voluntarios para la misión de espionaje. Van incluso ataviados como animales para la ocasión. La noche pareciera ser propicia para el abandono de la humana órbita y sumergirse en lo salvaje. Un toro y un jabalí son los camuflajes respectivos que los cubren: bestias oscuras, salvajes, de extremidades incisivas.  Una garza que grazna en medio de la noche es el complemento animal que Atenea les envía en apoyo. Homero, en su próximo símil, al narrar su ingreso en el campo troyano, completa el marco asociándolos a dos leones, pisando “cadáveres, armas y denegrida sangre”.
El mismo insomnio, la misma inquietud planea en el campo troyano, donde Héctor y los suyos planean una misión similar, pero de un solo miembro: Dolón, que lleva la noche dentro, en su feo aspecto, en la piel de lobo con la cual se cubre, en su ambición, y en la confusión e impericia con la que sale a cumplir lo asignado.
 Lo nocturno animal domina el texto que sigue: Diomedes y Odiseo se ocultan entre los muertos, cuando Dolón pasa lo persiguen como perros cazadores a una liebre, describe Homero. Dolon, dentellea, al ser atrapado. Los solípedos caballos se revelan como objeto de la ambición del espía troyano, quien con sorprendente rapidez responde a todo lo que los aqueos le preguntan. Sin embargo, una vez informados de todo, no tardan ellos en revelarle que el precio de todo será la muerte. Y dejándole inconclusa  la súplica, Diomedes lo decapita. En terrible imagen, la cabeza cortada cae al suelo aún hablando. Cuelgan de un árbol el cuerpo, como una marca que pueda indicarles el camino de regreso.
De nuevo, como leones en mitad de un campo de corderos, los dos guerreros aqueos, masacran a los soldados troyanos y roban los caballos tracios de Reso. Trece víctimas sumó Diomedes.
En la tiniebla Atenea aconseja al enardecido Diomedes de que ya retorne al campo aqueo. Desde la misma sombra,  Apolo despierta al troyano Hipocoonte, para que persiga a los espías ladrones, sin éxito.
Aún en lo umbrío, van los dos, sudorosos y ensangrentados, a bañarse en el mar (otra forma de bañarse en la noche: Gaston Bachelard (1942) sugiere que el simbolismo apunta a bañarse con la muerte, a casarse con ella. La ceremonia posterior, de ungirse con aceite y libar el dulce vino, en honor de Atenea, prolonga esta inquietante asociación.
Las guerras contemporáneas son más afines a este canto X, que a toda la epopeya completa. Palpitan, proceden y hasta se alimentan de esta oscuridad. Hitler y sus bombardeos nocturnos a Londres, la invasión aliada a Normandía, las expediciones fallidas a Moscú, la crisis de los misiles en Cuba, las emboscadas en Vietnam, la llamada guerra asimétrica, el inicio de la Guerra del Golfo, la operación comando que acabaría con Bin Laden, los atentados terroristas en las grandes capitales. Victorias y muertes floreciendo en la tiniebla.
Larga, larguísima la sombra de Nix.
_____________
1) Alberto Manguel: El legado de Homero. Random House Mondadori, Bogotá. Pag. 60.
2) Gaston Bachelard: El agua y los sueños. FCE, México. Pag. 88.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ilíada XV: El designio de Zeus

Ilíada VII: Simetría homérica

Odisea I, II, III: Telemaquíada