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Mostrando entradas de abril, 2019

Ilíada XVI: Formas y signos del destino

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Einar Goyo Ponte La Ilíada es también una inquisitiva exploración de los meandros, máscaras, derivaciones, espirales en las cuales se manifiesta esa realización de la vida humana que los griegos daban en llamar destino. Hemos estado señalando cómo, desde hace varios cantos, el nombre de Patroclo se ha convertido en el nervio del designio de Zeus. Es el dios quien lo ha marcado como el pasaje a través del cual éste se realizará. Aquiles y Héctor son sus extremos, pero Patroclo es el centro del proceso. Una suerte de bisagra fatal. El canto XVI, el que narra la Aristeia de Patroclo, es además una inquietante descripción de los procesos tortuosos e inesperados que tiene el destino de alcanzar su cumplimiento. El primer signo es el llanto de Patroclo ante Aquiles, al conmoverlo sella su participación en la guerra y activa el designio vislumbrado por Zeus. El segundo es el plan confeccionado por el propio Aquiles, quien aún se niega a volver al combate, y aún espera ver humillado

Ilíada XV: El designio de Zeus

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Einar Goyo Ponte Hera ha engañado a Zeus, seduciéndolo en el canto anterior, para dormirlo tras el placer del amor y darle campo libre a Poseidón de que anime y sostenga la respuesta de los aqueos. Pero cuando Zeus despierta, contempla lo que se ha hecho a sus espaldas, y sin embargo, en lugar de enojarse no más de lo que esperaríamos, tras la respuesta quejosa de su esposa, sonríe y responde que el problema es que sólo ven una porción del paisaje, no el cuadro completo, que está a su total alcance. Y de repente, el oculto designio del Padre de los dioses, del que nos anunció Homero que lo medita a partir de la segunda rapsodia, el que hace que creamos que protegerá a los troyanos en la cuarta, el que resulta ambiguo en la anticipación que Zeus le hace a Poseidón sobre el muro aqueo, en la séptima; el que parece decidido en la balanza, y que revela a Patroclo como cadáver anticipado, en la octava; el que parece claro y atroz en el avasallamiento que sufren los argivos durante la

Ilíada XIV: Interludio erótico

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Einar Goyo Ponte En lo que podría ser uno de los cantos más impredecibles del poema, el Canto XIV llega con intervención femenina y divina, de parte de dos de los inmortales menos simpáticos del Olimpo: Poseidón y Hera. De hecho, de la poderosa intervención del primero, que equilibra, temporalmente la batalla, surge el nervio de esta rapsodia XIV.  La acción atrevida, sorpresiva de Poseidón, cambiando de humor, e interviniendo detrás de los aqueos, en la batalla, parece conmover a otros inmortales. Cuando creemos que estos son indiferentes o distantes del padecer humano, los encontramos compadeciéndose de los argivos acorralados, incapaces de contener el avance de Héctor y los troyanos quienes los arrinconan contra sus propias naves. Junto con Poseidón, que hace todo lo que está a su alcance en el mundo, al lado de los mortales, Hera, la celosa e irritable esposa/hermana de Zeus, decide hacerlo en el mismísimo cielo, enredando nada menos que al propio Zeus, e involucrando a ot

Ilíada XIII: Alternativas

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Einar Goyo Ponte En la introducción a su obra Los dioses de Grecia, Walter F. Otto (1929) nos previene: “Al hombre moderno no le será fácil llegar a una justa comprensión de la antigua religión griega”. Fundamentalmente porque lo que oye de estos dioses y de sus relaciones con los hombres no tiene eco en su alma. Recuerda que la griega antigua es una religión “tan natural que la santidad, aparentemente, no tiene cabida en ella.” Y la seriedad moral, tan inherente a nuestra moderna manera de concebir la religión, se extraña en estos dioses. No hay “verdadera intimidad cordial entre el hombre y sus dioses”, sigue diciendo, no hay “bienaventuranza de la unión”, en su lugar, siempre una distancia entre ambos: “Los dioses tienen su propia asistencia, de la que el hombre está separado eternamente.” Y concluye ese párrafo inicial con la convicción de los dioses olímpicos “están muy lejos de redimir al hombre del mundo y elevarlo hasta sí.” (Pags. 23-24) Es verdad que con el devenir de