Ilíada VIII: El reino de la Noche

Einar Goyo Ponte

Zeus es el centro de la Octava Rapsodia de la Ilíada. En los primeros versos reúne a los dioses en el Olimpo y les prohíbe, bajo tremenda amenaza, la intervención en la guerra, ni en uno ni otro sentido. Proclama e inventa para la historia, de paso, la hoy tan discutida política de no injerencia.
            Y de la misma manera que en la historia, la declaración del Cronida oculta un verdadero interés inconfesable. El cumplimiento de la palabra empeñada a Tetis en Ilíada, I. Los todopoderosos no pueden resistirse a aquello a lo que su ilimitable poder los conmina: satisfacer a todos aquellos que con lisonjas o reclamo de deudas antiguas les hacen solicitud de algo. Un superpoder conlleva siempre una super responsabilidad, nos enseñó el Hombre Araña: lo mismo ha ocurrido con los Dioses paternos y omnímodos. Su infinita potencia no les evita meterse en formidables problemas, de los cuales, para salir, siempre es el hombre mortal el expediente destinado a sacrificarse.
            El Yahvé hebreo no deja de hacerlo desde el inicio del mismo Génesis. Quizás hayamos sido nosotros su primer desvelo. No había para qué crearnos, pero su omnipotencia se lo permitía, et voila… luego vinieron el árbol aquél, la serpiente, el primer fratricidio, la torre de Babel, sobrevivir al diluvio, a Sodoma y Gomorra. Tal fue el cúmulo de vicisitudes que acarreó nuestra supervivencia que la mejor solución que se le ocurrió fue sacrificar a su único hijo (él mismo, en versión humana y mortal).
           
No es muy distinto en otras mitologías: en Yahvé no se ve este factor, pero luego la líbido, también omnideseante, de los dioses griegos, latinos, germánicos, nórdicos, africanos o mesoamericanos, convierte esa conflictividad, producto de sus inagotables apetitos, en algo inevitable. Richard Wagner, en su genial síntesis de la mitología germánica, nos interpreta el sentido último de esta historia arquetipal: por desear sin límites, Wotan condena a los dioses a su extinción, a favor de la raza humana, la cual, sin embargo, para ganar su libertad, debe sacrificar a su héroe Sigfrido, cuya pira genera las flamas que consumen el Valhalla, el Olimpo nórdico. En el interín debe debatirse y escoger entre complacer su voluntad, o la de los Gigantes, la de las ondinas del Rin, que le suplican por su oro perdido, la de Fricka, quien, harta de sus infidelidades, mas, incapaz de contenerlas, decide arremeter contra sus consecuencias. El conflicto de Hera contra todas las amantes de Zeus y sus frutos proscritos subyace en este hipertexto del mito.
            El designio de Zeus es, pues, dar satisfacción a Tetis, en la reparación de su hijo Aquiles. Necesita la inacción de todos los dioses. En la amenaza a los inmortales, Zeus recuerda dos cosas: el Tártaro, el pozo, más profundo que el mismo Hades, donde hubieron de ser sumergidos y encerrados los gigantes y los titanes peligrosamente rebeldes e irredentos tras la revolución olímpica. El orden del Cronida se sostiene sobre este abismo. Es un anuncio de lo que ocurrirá a quien ose desobedecer o atentar contra dicho orden. Pero también es la remembranza de la herencia titánica, desmesurada, omnipotente, omnívora del Padre de los Dioses. En ella, el destino humano es un detalle menor, y Zeus nunca ha sido precisamente un alentador de la raza mortal. Recordemos que sin el robo del fuego por parte de Prometeo, hubiésemos perecido en la más feroz de las intemperies.
            Además, Zeus tiene problemas mayores. Por eso viaja a las profundidades del Monte Ida, solo, para confrontarse con esa fuerza, casi inconcebiblemente, superior a él.
            Proviene, también, del residuo del Tártaro, que no pudo ser encerrado en él. Se trata de la diosa Noche, Nyx, de quien ya habíamos hablado en Ilíada, II. Zeus, según Kerenyi (1997), guardaba sacro temor de la diosa Noche (De nuevo en Wagner, vemos como Wotan se inclina ante la diosa Erda, que habita en el interior de la tierra y lo contiene en la desmesura de su voluntad. Uno de sus ojos se convierte en la prenda que el dios nórdico paga para obtener el conocimiento de la trama universal en la que se juega su papel). Hijas de la noche son las Moiras. Hesíodo llega a decir que son hijas de Zeus y Temis, diosa de la tierra. Los órficos creían que las Moiras habitaban en el cielo, en una caverna junto a una laguna cuyas aguas blancas brotan de la misma cueva, en una nítida imagen de la luna llena (Kerenyi, dixit). Quizás es esa cueva a la que desciende Zeus en Ilíada, VIII, 41-53.
           
Jean-Pierre Vernant (2000) nos relata también esto: “El caos ha engendrado a la Noche, y ésta ha dado vida a todas las fuerzas del mal, que son la Muerte, las Parcas, las Ceres, el Homicidio, la Matanza, la Carnicería; son también todos los males: la Miseria, el Hambre, la Fatiga, la Lucha, la Vejez. (…) La noche las ha parido junto con el Homicidio y la Matanza. Todas estas damas de las tinieblas se precipitan sobre el universo, que, en lugar de ser un espacio armonioso, se convierte en un hervidero de terrores, crímenes, venganzas y falsedades.” Y concluye: “Todas las fuerzas malignas que Zeus ha expulsado del mundo olímpico constituirán el tejido cotidiano de la existencia humana.”
            Esos son los linderos del mundo olímpico. Sobre ellos no tiene real poder el padre de los dioses. Por eso ahora, solo en el Ida, en el momento crucial de su decisión para satisfacer a Tetis, debe llevar a cabo la solemne y oscura ceremonia que determinará lo que ocurrirá: Zeus templa la balanza y la llena con los pesos de las keres. Moira significa lote o parte, referida a las faces de la luna. Esto es lo que pone Zeus sobre los fieles de la balanza. Son pesos fatales de la muerte, pero caen por azar, y el peso mayor envía a uno al Hades, mientras el otro sube al cielo. Las fuerzas de la noche, las fuerzas del mundo exiliado del Olimpo, pero efectivo sobre los mortales, no son controladas por el Cronida. Esta vez perjudicaron a los aqueos, quienes deberán perder más y más terreno. Todo para que Tetis pueda ver a su hijo ensalzado.
            El reino de lo oscuro, el reino de Nix domina el mundo de los mortales: la fatalidad definitiva, perder la vida, está fuera del ámbito olímpico. Zeus es apenas el equilibrio de la balanza, por ello, quizás entendiendo la injusticia inherente, excluye gentilmente a Atenea de la amenaza hecha al comienzo del canto (en Wagner, Brúnnhilde, la primera de las valkirias, las fuerzas ejecutoras de la voluntad de Wotan, desobedece la indicación de no intervenir en el combate entre Hunding y el hijo humano de su padre, Siegmund, favoreciendo a éste último, permitiendo con ello el nacimiento del futuro héroe libre, Sigfrido) y concede piedad al ruego de Agamenón, primero engañado por el dios en el sueño del Canto II. Su águila majestuosa deposita una cierva para la hecatombe, anima a los aqueos agobiados y suspende el valor de los troyanos.
            A pesar de ello, Zeus anuncia a Atenea y a Hera, a quienes ha reprimido de desobedecerlo, que todo se mantendrá así hasta que “junto a las naves se levante el Pelida” para luchar contra Héctor.
            Y de pronto, en la naturalidad e indiferencia de quien no siente por los humanos demasiada estima, revela el nombre de un futuro cadáver, que hará este viraje posible. Para el no habrá ceremonia oscura y fatal. Quizás la balanza de este día ya incluía el destino del joven Patroclo.

__________
Karl Kerenyi: Los dioses de los griegos. Caracas, Monte Ávila Editores.

Jean-Pierre Vernant: El universo, los dioses, los hombres. Barcelona, Anagrama.  


Comentarios

Entradas populares de este blog

Ilíada XV: El designio de Zeus

Ilíada VII: Simetría homérica

Odisea I, II, III: Telemaquíada