Ilíada VII: Simetría homérica
Einar Goyo Ponte
Todo
es dual y pendulante en la séptima rapsodia de la Ilíada.
Héctor
y Paris reapareciendo, para beneplácito de sus tropas. Homero no nos aclara si
por alivio o por simpatía, aunque el bello símil con el viento enviado a los
remeros cansados, parezca aludir a lo primero.
Enseguida
irrumpe la segunda díada trascendental del canto. Atenea, atajada en su vuelo
hacia el bando aqueo, por Apolo, que está del lado de los de Ilión. Pero,
extrañamente, no hay combate entre ellos, sino, por el contrario, un intento de
tregua, para que ambas partes repongan sus fuerzas, quizás en la búsqueda de
que el hado opere de un modo más justo, cosa, hasta el momento, excepcional en
el poema. Lo que deciden inicia el pendular de la narración. De la órbita
divina pasamos a la humana, cuando Héctor, siguiendo el consejo de Heleno,
propone a los aqueos la escogencia de un guerrero suyo para que combata con él,
cuerpo a cuerpo, con un acuerdo caballeroso que permita la captura de las armas
del caído, la entrega del cuerpo a su pueblo y sus exequias respetuosas, con la
vista en la fama venidera al ético comportamiento del troyano. Dos pendulaciones
interesantes sobrevienen: para Héctor el furor bélico no excluye la
civilización y el respeto, y los dioses abandonan sus magníficos brillos
sobrehumanos para contemplar la pelea transformados en un par de buitres.
Un
movimiento pendular, menos claro y coherente se suscita ahora internamente en
el ejército aqueo. De la algarabía y el ardor guerrero pasamos al silencio que
el reto de Héctor genera. No se nos dice cuánto tiempo duró el mismo, pero
Homero o sus versionadores apelan a la vergüenza y al miedo de parte de los
argivos, lo cual sería, por lo menos extraño, dado que hasta hace pocos versos,
estos dominaban la lucha, y Diomedes, en el ápice de su Principalía, casi
liquida a Eneas y arremete contra Héctor, sólo salvados por intervención
divina.
Sin
embargo, vemos otro pendular en el lenguaje: de la definición directa de
cobardía que Homero está presto siempre a endilgar a los troyanos, venimos al
miedo, tocado de vergüenza de los aqueos, quienes reconocen el valor y empuje
de Héctor.
Como
quiera que sea, Menelao se impacienta, y, como ya hemos visto, los impulsos, no
demasiado meditados del Rey de Esparta, nos dan la idea de que el parpadeo del
valor de los aqueos no ha sido más que eso, y se ofrece apasionadamente a
combatir (herido, despechado y frustrado en la tentativa de Ilíada, III, de reparar su honra y
concluir la guerra) con el comandante troyano. Pero, nueva dualidad, Agamenón
su hermano, se lo impide y lo convence de la inconveniencia de su impulso. Se
multiplica la dualidad: a los hermanos troyanos corresponde la pareja de
atridas, en una suerte de reiteración de lo ocurrido en el canto ya referido.
El péndulo funciona en la mente de Menelao, quien se aquieta y permita la
nostálgica arenga de Néstor, quien trae en ella aparejada a otra pareja, la de
los combatientes en otra guerra, de Licurgo y Areítoo, y él mismo, en combate
singular, como el propuesto por Héctor, contra Ereutalión, a quien venció en
desventaja.
Un
nuevo par aparece en la historia: el de los Ayantes, Telamónida y Oileo, que
pugnan por ser los elegidos. El primero es el afortunado. Y de inmediato
comienza el combate entre el troyano y el aqueo. Como en los habituales de su
género, la narración tiene que asumirse pendular para describir los hechos y
daños de uno y otro. Héctor, sin embargo, lleva las de perder, pero Apolo le
salva y otra pareja, la de Ideo y Taltibio, detiene la lucha por considerar que
es evidente que los dioses no permitirán la muerte de ninguno de los dos. Hemos
contemplado pues, una suerte de combate olímpico, semejante a un juego de
futbol, en el cual la catarsis disuelve odios y rivalidades, sin más víctimas,
y alentando a los antagonistas a un receso reparador. Como en el canto
anterior, pero sin que ningún dios lo enturbie con su artera intervención, se
intercambian presentes, que de manera, muy inteligente, @deFreitasJH, en
#Homero2019 revela simbólicos o presagiantes del destino de ambos héroes: el cinturón
de Ayax, atará a Héctor al carro de Aquiles, dentro de pocos cantos, y la
espada que aquel da a Ayax, será el arma que utilizará en su contra al
sobrevenirle la locura que dramatiza Sófocles, siglos después.
En
nuevo péndulo, pasamos de la cruenta batalla a las ceremonias fúnebres en ambos
bandos, pero tras las murallas troyanas encontramos un plus, pues Antenor,
consejero de Príamo propone la devolución de Helena para finiquitar la guerra. La Ilíada, no sólo cuenta los avatares
de la guerra, sino las tentativas civiles de la paz, lo cual le da un interés
adicional al poema. Sin embargo, el péndulo nos muestra otra vez la
problemática faz de Paris, el raptor de la esposa de Menelao: recordemos el
papel precario del héroe en Ilíada, III, pero recordemos que más recientemente,
en el canto precedente, la propia Helena no lo ha dejado bien parado, añorando
una seguridad, una firmeza de ánimo “que no tiene ni tendrá nunca.” Pues este
guerrero se niega a la propuesta de Antenor, aunque no al fin de la guerra,
pero a cambio de un abundante rescate que comprendería todo lo material que se
trajera de Argos.
El
péndulo nos coloca en el frente aqueo cuando se le plantea el acuerdo troyano,
cuya respuesta emite el gallardo Diomedes: No a ambas cosas. No quiere ni a
Helena ni a las riquezas. En este péndulo la paz parece imposible. Y el de la
victoria, según el Tidida, se imanta hacia los aqueos.
Todo
este movimiento dual alcanza una hermosa cumbre, cuando en verso 421 nos
narran: “Ya el sol hería con sus rayos los campos (…), cuando aqueos y teucros
se mezclaron unos con otros en la llanura. Difícil era conocer a cada varón;
pero lavaban con agua las manchas de sangre de los cadáveres y, derramando
ardientes lágrimas, los subían a los carros.” Hermanados en el duelo, hacen que
el péndulo se detenga momentáneamente, honrando a sus caídos y llevándolos a
las piras.
Los aqueos, pueblo prodigiosamente
industrioso, en apenas una noche levanta una muralla, con torres y puertas y cava
un foso de defensa, que hace que el péndulo se mueva ahora hacia el Olimpo,
donde Poseidón, el dios que estremece la tierra, y que tiene que ver con todo
lo que se refiera a cimientos, excavaciones y construcciones, se alarma ante la
obra argiva y se queja ante Zeus, quien en otra muestra de su desapego hacia
los mortales, le concede la venia de que derribe el muro, apenas regresen los
aqueos a la península.
Los
últimos péndulos oscilan entre el día y la noche: aquella en la que acaban el
muro y liban en espléndido festín, mientras Zeus meditaba el daño que les
causaría, haciendo tronar espantosamente e impeliéndolos al sueño.
En
este pendular del tiempo, han pasado ya 15 días, capturados en 7 rapsodias.
También
la proporción, la simetría y el equilibrio griegos parecen provenir de Homero.
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