Ilíada II: El canto innumerable
Einar Goyo Ponte
Contamos
muchas cosas en Ilíada,II: las
primeras de ellas vienen de lo intangible y tienen la apariencia de lo
antagónico. Son ellas el insomnio de Zeus, que ha pasado la noche meditando
como complacer a Tetis en su ruego de venganza a favor de su hijo, mientras
Hera duerme plácidamente a su lado. Es notable como la dimensión humana del
tiempo abarca también a los inmortales. La misma noche que suspende y hace
reposar el cuerpo de los hombres, adormece a los olímpicos. El ciclo
alternativo de día y noche es sobre humano, pero también sobre divino, y al
parecer no pueden ellos violentarlo.
De
ese insomnio del Crónida surge la idea de enviar a Hipno, el “pernicioso sueño”
a Agamenón, quien, suerte de reflejo terrestre del más poderoso de los dioses,
descansa en su campamento, desde el cual comanda a las vastas tropas de aqueos
que lo han acompañado en su intento de derrumbar las murallas de Troya.
Hipno,
en el mito, es hijo de la noche y hermano gemelo de la muerte. Volvemos a la
propuesta dialéctica que divide el mundo en luz y sombra: en la primera
dimensión actúan, luchan, aman, buscan, trabajan y sufren los hombres, y los
dioses con ellos, o causan los motivos de sus anteriores afanes; en la segunda,
descansan, cesan de moverse, se sumen en un simulacro o en un preludio de la
muerte. En esa oscuridad quienes demoran son los fantasmas, las fantasías, lo
incorpóreo, intangible y quizás lo irrealizable. La noche es el terreno u hogar
de estas criaturas. Son el reverso de la vida.
Desde
allí se le infunde al Rey de los aqueos la visión de que es ahora y no luego,
el momento de triunfar contra Troya, y la forma falaz que adquiere la tentación
es que los dioses conjuran a su favor, en la figura y voz de Néstor, el mismo
consejero que ha mediado ante él y Aquiles, en el canto anterior.
En
el momento en el que cualquier otro líder consideraría lo contrario, dada la
coyuntura de debilidad que le representa la defección de Aquiles y sus
mirmidones, Agamenón vislumbra su triunfo. Homero lo representa como un engaño
que Zeus le inserta en la voluntad y el pensamiento, pero no es difícil pensar
en otra motivación: Agamenón ofuscado aún, en la prepotencia, lee, en la
espalda de Aquiles, un nuevo triunfo suyo. Ni el poderoso Pelida es capaz de
oponérsele. Si Aquiles se le somete, ¿por qué Troya no?
Pero
como lo plural es el signo de este canto (y quizás de la poesía homérica), la
realización del sueño vano de Agamenón encuentra aristas sorpresivas y algunas
están a punto de hacerlo naufragar. El Atrida no es rectilíneo, trama con sus
consejeros el fingimiento de que desea abandonar la empresa, plan que comienza
a ejecutar Néstor, en arenga a los soldados. La respuesta es inmediata y fragorosa, todos
se preparan a zarpar para volver a sus casas. La guerra parece hacerse
insignificante. Y entonces, en retorcido giro, Hera y Atenea, a quienes
suponemos ignorantes de los planes secretos de Zeus, infunden a Odiseo que haga
cambiar de opinión a los aqueos.
El
historial del Rey de Ítaca en estos menesteres está lejos de ser singular. Es
él quien ha deshecho el disfraz con el cual Peleo intentó escamotear a Aquiles
de la guerra, con el truco de los juguetes en ofrenda. Cuando el futuro héroe
escoge sin chistar las espadas, queda al descubierto. En Ifigenia en Aulide, Eurípides pinta a un intrigante y fieramente
político Odiseo, que mueve masas para obligar a un dudoso Agamenón a que sacrifique
a su hija y que el viento les permita zarpar hacia Troya.
Homero,
en la Ilíada le entrega la
responsabilidad de cumplir los deseos de Hera y Atenea. Pero ante el verbo
ingenioso y la persuasión de Odiseo, se opone la maledicencia de Tersites, que
inaugura una larga tradición de personajes plebeyos, propios del estilo bajo en
la literatura, y no solamente en la heroica. Tersites, deforme, venenoso,
grosero, insolente, preludia a Eumeo y a Iro, en la próxima Odisea, a los personajes satíricos de
Aristófanes y de Petronio, más allá. Ricardo III, en Shakespeare, o Triboulet
en Hugo, son otros de sus hermanos literarios; los graciosos del Teatro del
Siglo de Oro español, y hasta el guerrero deforme despreciado por los
espartanos del film 300, son familia
suya.
Además
de mostrarnos la pluralidad de héroes, Tersites representa el contraste con
Odiseo, mientras éste apela a la persuasión y al discurso insidioso, no
directo, aquel usa el insulto, la insolencia, que Odiseo descalifica enseguida,
haciéndolo ver como cobarde y ridiculizándolo en la humillación que se hace
visible cuando, sólo con sus amenazas, Tersites se repliega y calla. La masa militar,
entiende en la prueba de fuerza del itacense, el brillo de la razón y la
sensatez y viran de sentido, volviendo a desembarcar y aprestándose para la
batalla.
Es
aquí cuando, aprovechando la recomposición guerrera, Homero despliega su célebre,
detallado, grandioso catálogo de las naves aqueos. Leer hoy en día este extenso fragmento de la
apenas segunda rapsodia de la Ilíada es una tour
de force, tanto por la paciencia que exige del lector, que puede
perfectamente percibirla como un demasiado largo paréntesis que demora lo que
está por venir, o un ripio demasiado prematuro, para un poema que apenas está
comenzando.
Cuando
lo abordamos e intentamos comprender su sentido, una idea inquietante nos viene
a la cabeza. Nosotros hemos convenido en hacer de la Ilíada y la Odisea, los
dos magnos poemas homéricos, sobrevivientes al estrago de los milenios, el
inicio de la literatura occidental. Pero, ¿y si no fuera así?
¿Inventaba
Homero esta fórmula tan poco agraciada de la inacabable enumeración de nombres,
países, lugares, armas, historias, o
continuaba/versionaba una tradición ya vieja en su época y que nosotros no
hemos llegado a conocer? No hay, es verdad, un pasaje similar en el Gilgamesh,
ni en ninguna obra egipcia de la época. Quizás lo más cercano son las estirpes
de los descendientes de Adán, Noé y Sem en el Génesis del Antiguo testamento, nunca con las dimensiones épicas griegas. Es
muy posible también que un pasaje como el catálogo de las naves no sea parte de
las versiones originales y orales del poema, sino un agregado posterior, de
alrededor de 700 a.c. al empezar a fijarse el texto que hoy conocemos. Jasper
Griffin (1984) sugiere un auditorio del poema originario con plena conciencia
de su aristocracia. Esta forma genealógica que mueve todo el catálogo podría
ser su justificación: nobles descendientes de los héroes del mito que querían
inscribir su nombre, aunque de forma breve, al lado de Aquiles, Diomedes, Ayax
u Odiseo. Sin embargo, parece improbable, sobre todo por su temprana ubicación
en la obra, que el catálogo fuese una novedad audaz inaugurada por Homero. Ese
detalle episódico, la ruptura con el ritmo y la expectativa creada por lo
narrado previamente, el sacrificio, durante tanto espacio, de acción ni
continuación del argumento, desaconsejan esta hipótesis de la originalidad
homérica.
Ese
mismo aspecto de la ubicación, no obstante, nos confirma que si había un
momento justo para insertar esta fórmula, era en este punto, justo antes de que
estalle la acción heroica. Por tanto, nos encontramos ante una estructuración,
que lejos de ser tentativa y con la inexperiencia del ensayo y error, está
maravillosa y orgánicamente pensada, con lo cual, la teoría de la tradición
retórica precedente cobra valor.
Ilíada ha
comenzado exponiendo el motivo detonador de todo lo que vendrá. Nos ha ubicado
en un momento al crepúsculo de la Guerra de Troya. Ha escogido omitir todo
proemio referente a la responsabilidad de los dioses en su desencadenamiento,
se ha saltado los avatares previos (algunos de ellos cruciales) de los héroes y
la explicación de por qué la guerra se ha prolongado tanto, y nos concentra en
la disputa entre Agamenón y Aquiles, para desarrollar luego todas sus
consecuencias. La fórmula del catálogo, con su rigor versificado, con su
detallismo y prosodia enumerativa, le sirve de cierta manera para suplir parte
de estas ausencias. Con él podemos ver no sólo el tamaño del ejército aqueo,
sino una apretada síntesis de la participación de cada región, rey y héroes
griegos. Después lo expandirá hacia los troyanos, y con ella nos prepara, de
manera magistral para el próximo episodio, donde el choque de fuerzas se
verificará.
Hay
un componente poderosamente visual en este recurso homérico, que no sólo
relaciona al vate griego con el moderno arte cinematográfico, pues ¿quién duda
que los filmes épicos de David Wark Griffith y Cecil B. de Mille , los grandes
planos panorámicos de Gone with the wind,
los de Citizen Kane, los de Barry Lyndon, de Kubrick, los de las
batallas de Braveheart de Mel Gibson,
o las grandes escenas guerreras de Game
of Thrones tienen su origen en este dispositivo poético que eleva el
número, la descripción, la acumulación y hasta el suspenso a una dimensión
absolutamente inusitada?, sino porque activa en la imaginación del lector la
disposición por escuadras, bloques, hileras, falanges, no en caótica e informe
masa,los dos ejércitos que van a enfrentarse en el canto siguiente, ahora congelados,
suspendidos hasta que las musas reactiven el verbo del poeta y den paso a la
acción.
Pero,
el catálogo no es el único elemento acumulativo de este Canto II: también en él
se inauguran, pues están ausentes en la rapsodia previa, los igualmente
célebres símiles homéricos. Esas comparaciones extensas en longitud y en
elementos que componen la imagen. Son también recursos tremendamente visuales. Hay
nueve en este Canto II. Enjambres de abejas y de moscas, olas marítimas, viento
soplando sobre crecidos trigales, incendios, bandadas de aves, grandes rebaños
de cabras, constituyen algunas de las analogías con las cuales se compara a las
tropas, el ágora, las armaduras. El único símil singular es el del toro que utiliza
en 481 para exaltar a Agamenón.
No
cesan aquí los elementos plurales retóricos de la rapsodia. Está también la
visión alegórica del augurio de Calcante en la arenga de Odiseo y que incluyen
un dragón rojo, los pichones de un ave, que son devorados y luego aquel
convertido en piedra. Ese augurio proveniente del preludio de la guerra,
contrasta fuertemente con el sueño vano que Zeus insufla al inicio del canto a
Agamenón, quien está en el centro de ambas visiones.
Tres
dioses intervienen en la rapsodia: Zeus, con el sueño referido, Hera que
indirecta e inconsciente ayuda a su esposo en su designio y Atenea que se pasea
entre las tropas, alentándolas e infundiéndoles ánimo invisiblemente.
De
vuelta al catálogo, este funciona también como un inventario de mitos: Ascálafo
y Yálmeno, son hijos de Ares y Astíoque, en clandestina unión de dios y mortal;
en Dorio, las musas castigan con mudez y ceguera a Tamiris, por jactarse
vanamente de una victoria no conseguida; Tlepólemo, hijo de Hércules y Astioquía
en un rapto del héroe, errante proscrito y perseguido por la familia de su
padre; Filoctetes, el arquero, está atrapado y padeciendo en la isla de Lemnos,
donde los aqueos lo abandonaron tras ser mordido por una serpiente venenosa.
Homero anuncia un futuro suceso que lo involucra.
Del
lado troyano también se incluyen los mitos: está el esencial de Eneas, hijo de
Afrodita y Anquises, otra clandestina unión verificada en el bosque; el de Pándoro,
hijo de Licaón, poseedor del arco de Apolo, y Anfímaco, futura víctima de
Aquiles, quien en su insensatez (Homero dixit), salía a batalla cubierto de
oro. Más de 200 regiones, más de 70 reyes, héroes y comandantes, incluso algunos
ya muertos, conforman, junto a la también vasta cifra de las naves, el grueso
del catálogo.
Los
números pueden acopiarse y precisarse, las implicaciones poéticas siguen siendo
infinitas.
_______
Jasper Griffin (1984): Homero. Alianza Editorial, Madrid.
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