Odisea V: La inmortalidad dura siete años
Einar Goyo Ponte
Pietro Citati (2002/2008)
nos llama la atención sobre el adjetivo que, según él,
define mejor la isla
Ogigia: malakós (μαλακός) que encontramos en el
verso 72, y que significaría delicado o blando, fluido, femenino, fecundo, todo
alusivo a la genitalidad y el vientre de la mujer. Y ello explicaría también
todo el comportamiento de Calipso, que haría una con la isla. Su único momento
de queja estremecida y cercana al aspaviento, es cuando le reclama a Hermes que
los dioses son siempre envidiosos de los amores de las diosas. Desde su
disgusto, comunica a Odiseo la decisión del Olimpo y lo ayuda a construir la
balsa que lo alejará. En la gruta le prepara gustosa cena, y de nuevo suavemente
le pone en la balanza el riesgo de su ida y la ventaja de quedarse con ella.
Ante la última negativa de Odiseo, ella calla y juntos hacen el amor, por
última vez. Citati reitera: “Haga lo que haga, pertenece al reino de lo malakós, como sus prados: es blanda,
fluida, suave y amable…; los engaños y hechizos de Calipso son palabras dulces,
lisonjeras y eróticas, parecidas a las utilizadas por la poesía, según Hesíodo,
para hacernos olvidar. ¡Qué delicada es su conversación!, ¡qué tierna e irónica
su manera de ocultar su amor por Ulises! ¡Y qué discretos son en todo momento
sus modales!”
Hay un detalle que se destaca
por encima de los demás en esta proximidad que nos vincula a La
Odisea. Se trata fundamentalmente de la aventura de un
individuo. En La Ilíada podemos
escoger el carácter de heroísmo con el que nos identificamos, podemos
simpatizar con cualquiera de los héroes del relato. Embriagarnos del ímpetu de
Aquiles o emocionarnos con los debates sentimentales de Héctor, excitarnos con
la juventud de Patroclo o soñar con las osadías de Diomedes. Pero en La Odisea
todo está diseñado para que nos conectemos con Odiseo, prácticamente de
inmediato. Su aventura no está disputada por otro héroe. Todos los demás
personajes son adversarios, antagonistas o aliados, mas ninguno le hace sombra.
Yace allí buena parte de esa modernidad ya señalada de este segundo poema
homérico. Mientras La Ilíada se nos
presenta como un gran fresco del valor y la gloria, con héroes insignes de uno
y otro bando, con la estirpe de los dioses dividida entre troyanos y aqueos, y
el tema del destino (fatum) y la vida humana estrechamente ligado, tanto a los
designios de los inmortales como a las manifestaciones de libertad y autonomía
heroica de los hombres, La Odisea se concentra en el destino único del
viajero que intenta retornar a su casa. Como la novela moderna, este poema se
enfoca en el doméstico avatar de un solo hombre, y las relaciones, encuentros y
choques con los demás habitantes del mundo, desembocan en ese preciso destino.
Y es que lo clave en el relato
de La Odisea es exactamente el viaje. El
desplazamiento del héroe de un lugar a otro, pero también su transformación de
un ser en otro. Las mudanzas experimentadas entre las distancias que separan la
partida de la llegada. Y el viaje es de tal naturaleza que importan en él tanto
sus extremos como las estaciones del mismo. La salida y el arribo son tan
significantes como el proceso que hay entre ellos.
Hay más de un viaje en La
Odisea. Su naturaleza de compilación de antiguas leyendas
así lo justifica. No obstante, para el lector moderno, hay distintos niveles de
desplazamiento y transformación en la travesía de Odiseo. Porque en el plano
individual la aventura de Odiseo tiene múltiples significados o
interpretaciones. Retornar a casa, como es el propósito esencial del viaje,
contiene en sí mismo distintas opciones, elecciones y decisiones del lado del
héroe, que convierten el periplo en un apasionante relato acerca de los
conflictos humanos individuales y su solución en soledad.
Con la aparición de Odiseo se
inicia el segundo viaje narrado en el poema, y aunque es el penúltimo de su
periplo, se nos cuenta en este lugar. Con ello introduce Homero, o el poeta o
poetas que hoy reconocemos en ese nombre, nuevos elementos modernos en la elaboración
estética de la novela: la ruptura o alteración de la linealidad en la
narración, pues con su relato retrocedemos más de siete años en el tiempo. Es
el mismo Odiseo quien contará sus aventuras desde la salida de Troya hasta la
llegada a la isla Ogigia. Este es el relato de viajes en su acepción más
amplia, en una entrega de primera mano, a través de su protagonista.
Este segundo viaje nos narra
cómo Odiseo parte de la isla Ogigia, donde la ninfa Calipso lo ha tenido
cautivo por siete años, y llega, tras peligrosa penuria, al país de los
Feacios, donde recibirá ayuda y será trasladado a su patria Itaca.
Ogigia es la estación del
viaje de Odiseo donde mayor tiempo es retenido. La ninfa se ha enamorado del
marino y ha intentado seducirlo durante estos años. Odiseo, por supuesto, ha
sucumbido a los encantos de Calipso, pero ello no le es suficiente a la deidad.
Ella lo desea para siempre. Y le ofrece la inmortalidad, a cambio de que
renuncie a su empeño de regresar a su casa, con su hijo y su esposa. Odiseo se
niega.
Surge aquí, por primera vez en
el poema, esa semblanza sentimental tan extraña para el carácter heroico del
poema precedente, y al tiempo, tan de cuño moderno. Vivir para siempre,
compartir con ella su destino de divinidad. Esto es lo que le ofrece la ninfa a
Odiseo, y él lo rechaza, pues prefiere volver a ver a su familia. Ese sentido
de lo doméstico, de lo amoroso conyugal y lo amoroso paternal son novedosos en
el acervo cultural griego. Son ideales y valores recientes, que han terminado imponiéndose,
en la paz de la Polis ,
a los valores de gloria y valor guerrero, que desesperadamente buscaban una
forma de la eternidad. Odiseo cambia esa grandeza que Héctor, Ayax o Diomedes
perseguían, por la felicidad íntima de reencontrarse con su casa. El heroísmo
de Odiseo es de otra índole, evidentemente más individual, perecedera y
moderna.
Pero el conflicto con Calipso,
resuelto aparentemente con mansedumbre, marca la otra gran naturaleza de los
viajes de Odiseo. Son viajes amorosos. Viajes en los cuales el héroe se
enfrenta una y otra vez a lo femenino, a la pasión sensual y al riesgo de no
regresar a su hogar. El moderno conflicto entre el amor conyugal y la pasión
extramarital.
En el caso particular de
Calipso, la ninfa accede a liberar a Odiseo porque es una exigencia de los
dioses, que ella resiente y reclama. Pero, durante siete años lo ha retenido
contra su voluntad, en el secreto rechazo a sus ofertas y a lo definitivo de su
amor. El nombre de la ninfa procede del verbo griego kalýptein, que significa ocultar. Así, oculta, marginada del mundo
de dioses y hombres, pérdida en un confín del océano, al cual al mismo Hermes,
dios de los caminos y viajeros, le da pesar atravesar; así, oculto, ha
mantenido a Odiseo por siete años. A su isla, después de perder barco, marinos
y esperanzas de regresar, ha arribado, como un mísero sobreviviente, nuestro
héroe. Y su primera imagen directa es la de su llanto, frente al mar, la
frontera de su prisión. Como más de un milenio después querrá la casualidad que
aprendamos a conocer a otro héroe: “De los sos ojos tan fuertemientre llorando”,
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, al inicio de su propio periplo.
Por lo que vemos, pareciera
que Calipso no considera en ningún momento la felicidad de su amado. Le importa
sobre todo su posesión. En la oferta de la inmortalidad va implícito su
contrario: quedarse en Ogigia, al lado de Calipso es renunciar al mar, a
navegar, a viajar, a regresar, a moverse, a transformarse. Es renunciar a la
vida y al tiempo. Calipso representa la más fuerte de las posibilidades de
anulación de Odiseo, el más formidable de los impedimentos del regreso. Como
veremos más adelante, las representaciones en la Odisea
tienen una particular oscilación y ambigüedad. La aventura de Odiseo pendula constantemente
entre el continuar o permanecer. Calipso es la fuerza más reticente al viaje
que el marino se encuentra. En su amor, Odiseo está a punto de disolverse. Lo
posesivo-obsesivo podrían ser términos modernos que explicarían la conducta de
la ninfa. Sin embargo, preferimos interpretarla como la representación de esa
pulsión absolutamente propia de Odiseo que lo retrae de su hogar, que lo invita
al cese de la aventura, a la renuncia a volver a lo incierto del mar y sus
travesías. Ante lo improbable del retorno, Calipso personifica toda la
tentación de la seguridad.
Pietro Citati (2002/2008)
nos llama la atención sobre el adjetivo que, según él,
define mejor la isla
Ogigia: malakós (μαλακός) que encontramos en el
verso 72, y que significaría delicado o blando, fluido, femenino, fecundo, todo
alusivo a la genitalidad y el vientre de la mujer. Y ello explicaría también
todo el comportamiento de Calipso, que haría una con la isla. Su único momento
de queja estremecida y cercana al aspaviento, es cuando le reclama a Hermes que
los dioses son siempre envidiosos de los amores de las diosas. Desde su
disgusto, comunica a Odiseo la decisión del Olimpo y lo ayuda a construir la
balsa que lo alejará. En la gruta le prepara gustosa cena, y de nuevo suavemente
le pone en la balanza el riesgo de su ida y la ventaja de quedarse con ella.
Ante la última negativa de Odiseo, ella calla y juntos hacen el amor, por
última vez. Citati reitera: “Haga lo que haga, pertenece al reino de lo malakós, como sus prados: es blanda,
fluida, suave y amable…; los engaños y hechizos de Calipso son palabras dulces,
lisonjeras y eróticas, parecidas a las utilizadas por la poesía, según Hesíodo,
para hacernos olvidar. ¡Qué delicada es su conversación!, ¡qué tierna e irónica
su manera de ocultar su amor por Ulises! ¡Y qué discretos son en todo momento
sus modales!”
Acto seguido, Calipso ayuda a
Odiseo a construir la balsa con la que partirá de Ogigia cuatro días después,
le obsequia una hermosa túnica perfumada, que él lucirá en su ida, un odre de
vino y uno con comida. Sobre esta despedida Citati despliega una hermosa
intuición:
ninguno de los dos
pronuncia una palabra mientras Calipso ayuda a
Ulises durante cuatro días a
construir una balsa. La lógica del mundo
real y de la novela realista
sostiene que ese silencio no es verosímil:
Calipso habría dicho cualquier cosa
al pasarle el hacha, la azuela, las
barrenas o las telas para las velas,
o al señalarle los árboles secos y
envejecidos. Homero suprime las
últimas palabras de Calipso: en la
Odisea,
los adioses de amor son siempre callados.” (Pags. 140-141)
Sin contradecirlo, quisiera
agregar algo que él mismo escritor italiano me ha descubierto. Calipso, la que
oculta o la oculta, es hija de Atlante, uno de los feroces titanes dominadores
del mundo antes del orden de Zeus, y conoce, lleva dentro de sí “el recuerdo de
la voz de las divinidades titánicas, un sonido arcaico y aterrador, oculto tras
las amables palabras que ha aprendido a articular.” (Citati, p. 134) Lo que pudieron
o no decirse Calipso y Odiseo esos últimos días en Ogigia es otro de los
misterios irresolubles de la Odisea,
pero bien pudo en siete años, Odiseo haber aprendido de labios de Calipso, el
idioma de Atlante, lengua inhumana, intraducible, posiblemente impronunciable
fuera de los territorios de la ninfa. Ni el primero ni el segundo Homero lo
conocen y por ello no pueden transmitirnos ese último diálogo. Aunque…él ya no quiere estar allí, y ella no
puede ya retenerlo: ¿qué más podrían ambos decirse? Si todavía nos carcome la
curiosidad, recomiendo la lectura de “La isla”, el diálogo entre la ninfa y el
marino, recreado por Cesare Pavese en sus fascinantes Diálogos con Leucó. ( )
Sin embargo, una vez en el
mar, Poseidón percibe que los olímpicos han decidido redimir a su enemigo del
castigo que él le había impuesto, y con inquina le envía la zozobra de una
última tormenta que destruya la esperanza de su retorno. Odiseo está de nuevo a
punto de perecer, a no ser porque otra ninfa, Ino Leucotea, le ordena
despojarse de la túnica de Calipso y servirse de una nueva que ella le entrega.
La partida, la separación de Calipso no ha resultado fácil entonces: en el
obsequio último de la diosa enamorada y abandonada se envolvía la posibilidad
de perecer en el viaje y no regresar jamás a ninguna parte. Podríamos leer
simbólicamente que, aferrado Odiseo aún a los recuerdos, al influjo de la
tierra de Calipso y de la ninfa misma –después de todo, allí estaba seguro de
la peligrosa variabilidad del mar-, no puede emprender definitivamente el viaje
de retorno. Debe abandonar en el camino todo vestigio del pasado y arribar
desnudo y sin nada al próximo puerto. Los siete años de amor y compañía con Calipso
se hunden en el mar junto con la balsa y la túnica. Y así, despojado de esa
memoria, Odiseo llega al país de los Feacios.
Y una figura femenina arranca
las huellas de la anterior.
No resisto la tentación de
recordar a Citati una última vez en este comentario del Canto V, así arribamos
con Odiseo a Esqueria:
Mientras Ulises divisa cercana la tierra, el
“segundo Homero” lo compara con un padre que ha sufrido una larga
enfermedad: en ese momento los dioses lo sanan ante las miradas de sus
hijos, que han esperado su curación. Los
diez años de viaje, los siete años de prisión en Ogigia han sido, pues, para Ulises una larga
enfermedad: ésta es la versión psicológica de la historia teológica de la Odisea; los dioses
perseguidores se han transformado
en un “mal daimon” que le ha hecho
desfallecer. En ese momento
la orilla está cerca; y la enfermedad, sanada: Ulises mira la tierra, y la tierra le mira a él, como los hijos contemplan la preciosa vida de su padre. Ulises retorna
a aquella familia extensa que abarca
para él a todos los seres
humanos. Esta rara y afectuosa metáfora
acoge a Nadie cuando se
halla a punto de salir de sus sombras.
(Pag. 142)
La enfermedad, la hamartía ha sido sanada. A través
del viaje, Odiseo solo, sobreviviente y exiliado del mundo, que ya lo olvida; el
que perdiera la luz del regreso (I, 168), de quien “han borrado su fama en el
mundo cual nunca lo hicieron con ningún otro hombre” (I, 235-236) ha regresado
a la órbita humana. Hay algo que pesa sobre él: ¿una falla, una culpa? Tal
requiere del olvido de los demás, o que se borre el recuerdo de la falta, para
que sea reintegrado una vez más. El de Odiseo es también un viaje de expiación.
Y no ha terminado.
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Pietro Citati (2008): Ulises y la Odisea. El pensamiento iridiscente. Círculo de Lectores, Barcelona.
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Pietro Citati (2008): Ulises y la Odisea. El pensamiento iridiscente. Círculo de Lectores, Barcelona.
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