Odisea V: La inmortalidad dura siete años

Einar Goyo Ponte


Hay un detalle que se destaca por encima de los demás en esta proximidad que nos vincula a La Odisea. Se trata fundamentalmente de la aventura de un individuo. En La Ilíada podemos escoger el carácter de heroísmo con el que nos identificamos, podemos simpatizar con cualquiera de los héroes del relato. Embriagarnos del ímpetu de Aquiles o emocionarnos con los debates sentimentales de Héctor, excitarnos con la juventud de Patroclo o soñar con las osadías de Diomedes. Pero en La Odisea todo está diseñado para que nos conectemos con Odiseo, prácticamente de inmediato. Su aventura no está disputada por otro héroe. Todos los demás personajes son adversarios, antagonistas o aliados, mas ninguno le hace sombra. Yace allí buena parte de esa modernidad ya señalada de este segundo poema homérico. Mientras La Ilíada se nos presenta como un gran fresco del valor y la gloria, con héroes insignes de uno y otro bando, con la estirpe de los dioses dividida entre troyanos y aqueos, y el tema del destino (fatum) y la vida humana estrechamente ligado, tanto a los designios de los inmortales como a las manifestaciones de libertad y autonomía heroica de los hombres, La Odisea se concentra en el destino único del viajero que intenta retornar a su casa. Como la novela moderna, este poema se enfoca en el doméstico avatar de un solo hombre, y las relaciones, encuentros y choques con los demás habitantes del mundo, desembocan en ese preciso destino.
Y es que lo clave en el relato de La Odisea es exactamente el viaje. El desplazamiento del héroe de un lugar a otro, pero también su transformación de un ser en otro. Las mudanzas experimentadas entre las distancias que separan la partida de la llegada. Y el viaje es de tal naturaleza que importan en él tanto sus extremos como las estaciones del mismo. La salida y el arribo son tan significantes como el proceso que hay entre ellos.
Hay más de un viaje en La Odisea. Su naturaleza de compilación de antiguas leyendas así lo justifica. No obstante, para el lector moderno, hay distintos niveles de desplazamiento y transformación en la travesía de Odiseo. Porque en el plano individual la aventura de Odiseo tiene múltiples significados o interpretaciones. Retornar a casa, como es el propósito esencial del viaje, contiene en sí mismo distintas opciones, elecciones y decisiones del lado del héroe, que convierten el periplo en un apasionante relato acerca de los conflictos humanos individuales y su solución en soledad.
Con la aparición de Odiseo se inicia el segundo viaje narrado en el poema, y aunque es el penúltimo de su periplo, se nos cuenta en este lugar. Con ello introduce Homero, o el poeta o poetas que hoy reconocemos en ese nombre, nuevos elementos modernos en la elaboración estética de la novela: la ruptura o alteración de la linealidad en la narración, pues con su relato retrocedemos más de siete años en el tiempo. Es el mismo Odiseo quien contará sus aventuras desde la salida de Troya hasta la llegada a la isla Ogigia. Este es el relato de viajes en su acepción más amplia, en una entrega de primera mano, a través de su protagonista.
Este segundo viaje nos narra cómo Odiseo parte de la isla Ogigia, donde la ninfa Calipso lo ha tenido cautivo por siete años, y llega, tras peligrosa penuria, al país de los Feacios, donde recibirá ayuda y será trasladado a su patria Itaca.
Ogigia es la estación del viaje de Odiseo donde mayor tiempo es retenido. La ninfa se ha enamorado del marino y ha intentado seducirlo durante estos años. Odiseo, por supuesto, ha sucumbido a los encantos de Calipso, pero ello no le es suficiente a la deidad. Ella lo desea para siempre. Y le ofrece la inmortalidad, a cambio de que renuncie a su empeño de regresar a su casa, con su hijo y su esposa. Odiseo se niega.
Surge aquí, por primera vez en el poema, esa semblanza sentimental tan extraña para el carácter heroico del poema precedente, y al tiempo, tan de cuño moderno. Vivir para siempre, compartir con ella su destino de divinidad. Esto es lo que le ofrece la ninfa a Odiseo, y él lo rechaza, pues prefiere volver a ver a su familia. Ese sentido de lo doméstico, de lo amoroso conyugal y lo amoroso paternal son novedosos en el acervo cultural griego. Son ideales y valores recientes, que han terminado imponiéndose, en la paz de la Polis, a los valores de gloria y valor guerrero, que desesperadamente buscaban una forma de la eternidad. Odiseo cambia esa grandeza que Héctor, Ayax o Diomedes perseguían, por la felicidad íntima de reencontrarse con su casa. El heroísmo de Odiseo es de otra índole, evidentemente más individual, perecedera y moderna.
Pero el conflicto con Calipso, resuelto aparentemente con mansedumbre, marca la otra gran naturaleza de los viajes de Odiseo. Son viajes amorosos. Viajes en los cuales el héroe se enfrenta una y otra vez a lo femenino, a la pasión sensual y al riesgo de no regresar a su hogar. El moderno conflicto entre el amor conyugal y la pasión extramarital.
En el caso particular de Calipso, la ninfa accede a liberar a Odiseo porque es una exigencia de los dioses, que ella resiente y reclama. Pero, durante siete años lo ha retenido contra su voluntad, en el secreto rechazo a sus ofertas y a lo definitivo de su amor. El nombre de la ninfa procede del verbo griego kalýptein, que significa ocultar. Así, oculta, marginada del mundo de dioses y hombres, pérdida en un confín del océano, al cual al mismo Hermes, dios de los caminos y viajeros, le da pesar atravesar; así, oculto, ha mantenido a Odiseo por siete años. A su isla, después de perder barco, marinos y esperanzas de regresar, ha arribado, como un mísero sobreviviente, nuestro héroe. Y su primera imagen directa es la de su llanto, frente al mar, la frontera de su prisión. Como más de un milenio después querrá la casualidad que aprendamos a conocer a otro héroe: “De los sos ojos tan fuertemientre llorando”, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, al inicio de su propio periplo.
Por lo que vemos, pareciera que Calipso no considera en ningún momento la felicidad de su amado. Le importa sobre todo su posesión. En la oferta de la inmortalidad va implícito su contrario: quedarse en Ogigia, al lado de Calipso es renunciar al mar, a navegar, a viajar, a regresar, a moverse, a transformarse. Es renunciar a la vida y al tiempo. Calipso representa la más fuerte de las posibilidades de anulación de Odiseo, el más formidable de los impedimentos del regreso. Como veremos más adelante, las representaciones en la Odisea tienen una particular oscilación y ambigüedad. La aventura de Odiseo pendula constantemente entre el continuar o permanecer. Calipso es la fuerza más reticente al viaje que el marino se encuentra. En su amor, Odiseo está a punto de disolverse. Lo posesivo-obsesivo podrían ser términos modernos que explicarían la conducta de la ninfa. Sin embargo, preferimos interpretarla como la representación de esa pulsión absolutamente propia de Odiseo que lo retrae de su hogar, que lo invita al cese de la aventura, a la renuncia a volver a lo incierto del mar y sus travesías. Ante lo improbable del retorno, Calipso personifica toda la tentación de la seguridad.

Pietro Citati (2002/2008) nos llama la atención sobre el adjetivo que, según él, define mejor la isla Ogigia: malakós (μαλακός) que encontramos en el verso 72, y que significaría delicado o blando, fluido, femenino, fecundo, todo alusivo a la genitalidad y el vientre de la mujer. Y ello explicaría también todo el comportamiento de Calipso, que haría una con la isla. Su único momento de queja estremecida y cercana al aspaviento, es cuando le reclama a Hermes que los dioses son siempre envidiosos de los amores de las diosas. Desde su disgusto, comunica a Odiseo la decisión del Olimpo y lo ayuda a construir la balsa que lo alejará. En la gruta le prepara gustosa cena, y de nuevo suavemente le pone en la balanza el riesgo de su ida y la ventaja de quedarse con ella. Ante la última negativa de Odiseo, ella calla y juntos hacen el amor, por última vez. Citati reitera: “Haga lo que haga, pertenece al reino de lo malakós, como sus prados: es blanda, fluida, suave y amable…; los engaños y hechizos de Calipso son palabras dulces, lisonjeras y eróticas, parecidas a las utilizadas por la poesía, según Hesíodo, para hacernos olvidar. ¡Qué delicada es su conversación!, ¡qué tierna e irónica su manera de ocultar su amor por Ulises! ¡Y qué discretos son en todo momento sus modales!”

Acto seguido, Calipso ayuda a Odiseo a construir la balsa con la que partirá de Ogigia cuatro días después, le obsequia una hermosa túnica perfumada, que él lucirá en su ida, un odre de vino y uno con comida. Sobre esta despedida Citati despliega una hermosa intuición:
            ninguno de los dos pronuncia una palabra mientras Calipso ayuda a
            Ulises durante cuatro días a construir una balsa. La lógica del mundo
            real y de la novela realista sostiene que ese silencio no es verosímil:
            Calipso habría dicho cualquier cosa al pasarle el hacha, la azuela, las
            barrenas o las telas para las velas, o al señalarle los árboles secos y
            envejecidos. Homero suprime las últimas palabras de Calipso: en la
            Odisea, los adioses de amor son siempre callados.” (Pags. 140-141)

Sin contradecirlo, quisiera agregar algo que él mismo escritor italiano me ha descubierto. Calipso, la que oculta o la oculta, es hija de Atlante, uno de los feroces titanes dominadores del mundo antes del orden de Zeus, y conoce, lleva dentro de sí “el recuerdo de la voz de las divinidades titánicas, un sonido arcaico y aterrador, oculto tras las amables palabras que ha aprendido a articular.” (Citati, p. 134) Lo que pudieron o no decirse Calipso y Odiseo esos últimos días en Ogigia es otro de los misterios irresolubles de la Odisea, pero bien pudo en siete años, Odiseo haber aprendido de labios de Calipso, el idioma de Atlante, lengua inhumana, intraducible, posiblemente impronunciable fuera de los territorios de la ninfa. Ni el primero ni el segundo Homero lo conocen y por ello no pueden transmitirnos ese último diálogo.  Aunque…él ya no quiere estar allí, y ella no puede ya retenerlo: ¿qué más podrían ambos decirse? Si todavía nos carcome la curiosidad, recomiendo la lectura de “La isla”, el diálogo entre la ninfa y el marino, recreado por Cesare Pavese en sus fascinantes Diálogos con Leucó. ( )
Sin embargo, una vez en el mar, Poseidón percibe que los olímpicos han decidido redimir a su enemigo del castigo que él le había impuesto, y con inquina le envía la zozobra de una última tormenta que destruya la esperanza de su retorno. Odiseo está de nuevo a punto de perecer, a no ser porque otra ninfa, Ino Leucotea, le ordena despojarse de la túnica de Calipso y servirse de una nueva que ella le entrega. La partida, la separación de Calipso no ha resultado fácil entonces: en el obsequio último de la diosa enamorada y abandonada se envolvía la posibilidad de perecer en el viaje y no regresar jamás a ninguna parte. Podríamos leer simbólicamente que, aferrado Odiseo aún a los recuerdos, al influjo de la tierra de Calipso y de la ninfa misma –después de todo, allí estaba seguro de la peligrosa variabilidad del mar-, no puede emprender definitivamente el viaje de retorno. Debe abandonar en el camino todo vestigio del pasado y arribar desnudo y sin nada al próximo puerto. Los siete años de amor y compañía con Calipso se hunden en el mar junto con la balsa y la túnica. Y así, despojado de esa memoria, Odiseo llega al país de los Feacios.
Y una figura femenina arranca las huellas de la anterior.
No resisto la tentación de recordar a Citati una última vez en este comentario del Canto V, así arribamos con Odiseo a Esqueria:
            Mientras Ulises divisa cercana la tierra, el “segundo Homero” lo compara con un padre que ha sufrido una larga enfermedad: en ese momento los dioses lo sanan ante las miradas de sus hijos, que han esperado su curación.  Los diez años de viaje, los siete años de prisión en Ogigia han sido, pues, para Ulises una larga enfermedad: ésta es la versión psicológica de la historia teológica de la Odisea; los dioses perseguidores se han transformado en un “mal daimon” que le ha hecho desfallecer. En ese momento la orilla está cerca; y la enfermedad, sanada: Ulises mira la tierra, y la tierra le mira a él, como los hijos contemplan la preciosa vida de  su padre. Ulises retorna a aquella familia extensa que abarca para él a todos los seres humanos. Esta rara y afectuosa metáfora acoge a Nadie cuando se halla a punto de salir de sus sombras. (Pag. 142)

La enfermedad, la hamartía ha sido sanada. A través del viaje, Odiseo solo, sobreviviente y exiliado del mundo, que ya lo olvida; el que perdiera la luz del regreso (I, 168), de quien “han borrado su fama en el mundo cual nunca lo hicieron con ningún otro hombre” (I, 235-236) ha regresado a la órbita humana. Hay algo que pesa sobre él: ¿una falla, una culpa? Tal requiere del olvido de los demás, o que se borre el recuerdo de la falta, para que sea reintegrado una vez más. El de Odiseo es también un viaje de expiación.
Y no ha terminado.

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Pietro Citati (2008): Ulises y la Odisea. El pensamiento iridiscente. Círculo de Lectores, Barcelona.

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