Ilíada XX: Aquiles o el incendio
Einar Goyo Ponte
Ya
se extingue la víspera de la entrada en batalla de Aquiles. Todo ha sido
dispuesto en el poema, en el mundo, en la guerra para que esto ocurra, y el
inicio del Canto XX, lo corrobora al mostrarnos que un movimiento similar se
ejecuta en el Olimpo. Zeus informa a sus dioses que él va a sentarse a
contemplar la batalla, y que ha decidido dar libertad a todos para que
participen en ella, del lado que prefieran. Puede parecer contradictorio, pero
no, pues él sabe que el ingreso del Pelida es un factor decisivo para el
destino del enfrentamiento entre teucros y aqueos.
Los
bandos divinos también delatan, de cierta manera, lo que viene: del lado de los
sitiadores se agrupan Atenea, Hera, Poseidón , Hefaistos y Hermes, hasta ahora
ausente e indiferente de esta guerra; del ala de los sitiados enfilan Ares,
Apolo, Artemisa, Latona, el río Janto y Afrodita. Delante del poder inaudito de
los tres primeros y la velocidad y recursos del último, no parecen demasiado
bastión las delicadas Artemisa y Afrodita. La primera tiene una cara feroz y
oscura, de la que el mito de Acteón da cuenta, pero la diosa sensual ya fue
herida en batalla 15 cantos atrás, y Ares también volvió llorando ante la
acometida de Diomedes, aguzado por Atenea. La ventaja parece estar del lado
argivo.
Una
lectura, cercana al ejercicio apóstata de Alesandro Baricco, quien destierra a
los dioses de su versión narrativa/moderna de la Ilíada, podría proponernos que
lo que Homero realmente querría plantearnos es que el retorno de Aquiles
conmueve de tal modo el estado de la guerra que el planeta, el universo entero
convulsiona haciendo que todas las potencias, humanas y sobrehumanas se ven
involucradas inevitablemente. El segmento que va del verso 41 hasta el 54, con
el temblor de la tierra, la reaparición hórrida de la Discordia entre los
ejércitos, los gritos de Atenea y el torbellino sombrío de Ares, así podría
confirmarlo en tanto contundente imagen.
Asistimos
luego al excepcional combate entre Aquiles y Eneas, cuyas aristas son
múltiples, a pesar del predecible desenlace: 1) Es Apolo quien lo propicia,
acicateando a Eneas, a algo que evidentemente no desea; 2) Poseidón y Hera
actúan ambivalente y hasta indecisamente al respecto; 3) Aquiles hace algo
posiblemente único e irrepetible en la Ilíada, y quizás en su trayectoria de
guerrero: intenta disuadir a su adversario de combatir contra él, y le aplica
estrategias de guerra psicológica, pero no para provocarlo o debilitarlo, sino
para apoyar su retirada. ¿Considera el Pelida al hijo de Anquises, muy poco
rival para su destreza? ¿O presiente, por la experiencia previa que se relata
en estos versos, que esta lucha terminará igual que la anterior?; 4) los
dioses, que habían decidido (aparentemente) contemplar privilegiadamente la
pelea, se asustan/compadecen de Eneas, lógicamente el menos aventajado y optan
por intervenir; 5) Poseidón, de lado de los aqueos, cubre, sin embargo de
niebla los ojos de Aquiles y hace con Eneas lo mismo que Afrodita con Paris en Ilíada,III. El resultado final es una
amonestación del dios marítimo a Eneas que debería corresponderle al cizañero
Apolo, y Aquiles quien con renovados bríos corre en el afán de saciar su sed de
sangre. Lo cual empieza a hacer de inmediato, pasmando e infundiendo el más
profundo temor en los troyanos, incluyendo a Héctor. Cinco cadáveres en 40
versos riega Aquiles a su paso. Tal es su ferocidad que Atenea y Apolo quedan
reducidos a un soplo y a una brisa, que desvían las armas del Priámida y del
Eácida. No queda de los inmortales más que una porfiada forma del azar que
interviene en los impulsos humanos que se enfrentan. Urden, un poco torpemente,
un preludio para el Canto XXII. Cada contratiempo reverbera sin embargo en más
ira bélica para Aquiles: luego de la evasión de Héctor, 10 víctimas troyanas
más caen a su paso en los próximos 50 versos.
Y
ya Aquiles no es un guerrero: es un incendio arrasador y sus caballos aran
cabezas y cuerpos, hollando cadáveres y escudos a un mismo tiempo. De pronto,
es Aquiles el único soldado en el campo y nadie que se le atraviese salva la
vida. El furor homicida es tal que hasta la naturaleza tendrá que intentar
hacerle frente.
Pero
eso es materia del prodigioso siguiente canto.
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