Odisea VII-VIII: Esqueria

Einar Goyo Ponte


Odiseo ha vivido siete años al filo de la inmortalidad. Para regresar al mundo del tiempo y el devenir debe despojarse de los vestigios del paraje inhumano del que viene. Llega como sobreviviente a Esqueria, pero cuando miramos, junto con el héroe itacense, el paisaje a donde ha arribado, no podemos aún admitir que Odiseo ha llegado a nuestro mundo, a la dimensión que compartiríamos con él.
¿A dónde ha llegado Odiseo? ¿Qué es Esqueria?
Es una tierra de semidioses, cuya relación con los olímpicos difiere sustancialmente de aquella que los mortales mantienen. En el momento en que llega Odiseo no, pero hubo un tiempo en que podían verlos directamente. Otro elemento inquietante es que se ven a sí mismos como hijos y devotos de Poseidón, el dios que castiga al marino e impide su retorno por una ofensa vieja, que pronto se nos revelará, no obstante.
Los feacios viven en una isla “alejados del mundo afanoso”, nadie pasa ni atraca por sus puertos. Es una isla oculta para el resto del orbe. Un mundo casi tan distante como Ogigia, pero no tan aprisionante ni imposible de abandonar. Sin embargo, es un mundo que aún no es el nuestro. Para Odiseo es una suerte de antesala a donde debe llegar. Pero no ha llegado.
Esqueria es un lugar de edificios inmensos plenos de luz por dentro, con puertas de oro, plata y bronce. Con figuras animales y humanas de una cierta vida artificial, como de autómatas vivientes. Los jardines, bosques, sembradíos están siempre verdes y fértiles sin necesidad ninguna de que se cultiven, rieguen o poden. Tienen naves mágicas que no requieren esfuerzo humano, y sin embargo, cultivan el arte de la navegación.
Leen la mente, conocen ciudades y tierras, saben cómo llegar a sus destinos siempre y cuando viajan lo hacen en sus naves que son invisibles. Y todo ello lo tienen gracias al dios que veneran: Poseidón, que les ha dado esos dones navigatorios, que sin embargo los mantienen incógnitos y enigmáticos, pues no gusta al dios que los feacios sean mercaderes ni guías ni restituidores de gente perdida.
Esqueria es una suerte de país de la utopía. De hombres que no son afectos a los extranjeros, pero cultivan con rigor el don de la hospitalidad. En ello se revela su parentela divina. Viven de espaldas al resto del mundo y de la historia: la guerra de Troya, por ejemplo, les es casi completamente indiferente, salvo para distraerse antes de la cena o para motivarse a sus íntimas olimpíadas, con las cuales cometen la única impertinencia contra el huésped misterioso, al retarlo a participar en ellas. La guerra es materia del estro del vate, pero no mucho más. Al menos hasta que Odiseo llega.
¿Cómo llega Odiseo? Oculto en la magia de Atenea. Más alto y más hermoso, sin rastro de sus desventuras, pero protegido en una nube invisible que lo oculta de los feacios desconfiados, huraños y temibles, y que sólo se disipa después que Odiseo atraviesa el palacio de Alcínoo y se postra ante las rodillas sorprendidas de Arete, la reina ante la mirada atónita de toda la corte.
Esa noche, Odiseo duerme de nuevo en un lecho humano, en una cama mullida y bajo techo seguro, desde más tiempo del que seguramente puede recordar.
Al día siguiente, Odiseo presencia tres maravillosos alardes del genial Demódoco, aedo ciego que perfuma las noches del reino de Alcínoo con sus cantos de leyenda.
En el primero, se contempla a sí mismo disputando con Aquiles. Este artilugio metaliterario en el que un vate con fama de ciego se pinta a sí mismo contando una historia con los protagonistas de sus poemas subraya la diferencia entre las dos obras y los dos héroes. La fuerza frontal, nítida, deslumbrante de Aquiles se opone al sesgo indirecto, mañoso, artero, hábil, sinuoso de Odiseo. Son las dos formas de heroísmo que los (posiblemente) dos Homeros proponen o enfrentan.
En el segundo se nos narra el pícaro, quizás indecente, quizás oprobioso episodio de Ares y Afrodita atrapados in fraganti en el lecho de Hefesto, su esposo. Las diosas declinan ser testigos de la vergüenza. Esas mismas diosas que no tienen libertad para amar como aquella de la que disfruta Zeus. Afrodita es la excepción, pero es que Afrodita es el deseo amatorio en sí mismo. Esa falta de libertad de la que se queja Calipso cuando Hermes le informa que debe dejar ir a Odiseo. Odiseo a quien Penélope espera o no. Odiseo, quien pasará a través de muchas mujeres para llegar de nuevo hasta ella. Penélope, a quien asedian los pretendientes para que consigne definitivamente al olvido a su esposo, que no termina de regresar.
La escena de la infidelidad divina es contemplada por Poseidón, el dios que rige sobre los feacios, pero también el que niega el retorno a Odiseo. La genera Hefesto, quien los atrapa con sus artes. Y Hefesto es el dios que proporciona sus artilugios mágicos a Esqueria. Zeus, que todo lo ve y que protege y demanda la hospitalidad, la que los feacios derraman sobre Odiseo. Apolo, quien habla con Hermes, y a quien responde que cambiaría feliz su lugar por dormir con la bella Afrodita. Ser otro, experimentar la treta, la trampa, arriesgarse por la meta deseada, ganar y seguir adelante hollando el camino. Eso es Hermes, protector de Odiseo.
El tercero es el más trascendente: narra la treta del caballo de Troya y cómo los argivos ganaron la ciudad, bajando de su vientre y arrasando la ciudad. Odiseo no puede contenerse más y solloza debajo de su manto. Él ha pedido esa historia. ¿Por qué llora entonces? Porque lo sorprende la conciencia de un tiempo más joven y más feliz, porque el recuerdo le descubre el dolor de tanta gente perdida, muerta, a la cual él ha sobrevivido, y acaso, porque siente culpa.
A ella está asociada el ocultamiento de su nombre. Ni Nausícaa, ni Arete ni Alcínoo saben quién es el sobreviviente recién llegado. Hemos leído tres cantos y Odiseo calla su nombre a lo largo de ellos. Pero eso es materia más bien del próximo texto.
Por ahora, pensemos en Esqueria, esa tierra misteriosa. Recordemos la pregunta que inauguró este texto: ¿Adónde ha llegado Odiseo? Pensemos, bellamente, con Pietro Citati (1) en lo siguiente:
En los cantos de la Odisea dedicados a los feacios hay un nombre casi silenciado: el de Hermes. El “segundo Homero” lo recuerda sólo en dos ocasiones: cuando, a la tarde, los jefes y consejeros feacios ofrecen una última libación para él, el señor del sueño, y cuando Demódoco, al cantar los amores entre Ares y Afrodita, recuerda su respuesta a Apolo. Aunque Posidón es la divinidad autóctona y el progenitor del rey, el verdadero dios de Esqueria es Hermes. El perfume de Poseidón se halla lejos. Todo en esos cantos es hermético: el viaje, los colores, los placeres, el juego, la ligereza, la magia, la sutil comicidad, los recorridos durante la noche, el secreto. Ulises ha llegado a su patria sin saberlo.

___________
1) P. Citati, Op. Cit., pag. 150.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ilíada XV: El designio de Zeus

Ilíada VII: Simetría homérica

Odisea I, II, III: Telemaquíada